Título: El pacifista
Seudónimo: Cristóbal Brandt
El pacifista
El pacifista camina, mira, y sigue caminando. Entre los árboles del follaje miles de ancianos
protestan. El pacifista no tiene escrúpulos, se ríe sin vergüenza alguna de los otros, pero
no sabe que todos se ríen de su inmadurez. No hay revolución que lo llame; no hay armas
que lo apunten porque no hay crímenes que lo delaten. Nada existe para él y su maldita
paz. La ciudad abre fuego y él sigue caminando, se ríe del fuego y le escupe, pero eso no
es su protesta, es sólo su lacónica y enfermiza forma de ser.
El Pacifista es una lacra de esta ciudad. Parásitos de la vida verde, de esos metralladores y
lacrimógenos hombre que se llevaron al dios de su hogar. Resiste en las alcantarillas, roba
los tobillos de los hombres hermosos, roba también sus almas. Zancadilla a los revoltosos;
apuntes a los feos. No es un gallo negro porque ni siquiera tiene color.
Pacifista de las mil putas, me cago en tus miedos y en tu podredumbre. En tu olor a dolor
y tu mirada atrevida. ¿Qué haces mirándome así? ¡Puto conchetumare! Dejo el poema
para escupirte los testículos, para olerte las carnes desgastas. Para reírme de tu mesurado
discurso mamón; de ese discurso estereotipo que te enseñaron los viejos que cagaron
esta patria. Dejo la poesía para ser yo, para tirar una piedra contra tus ojos de vidrios, para
romper alguna vez esa coraza que guarda tu tenebroso amor... lloverás tinieblas sobre
nuestra matraca.
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